miércoles, 16 de marzo de 2011

La Urbanización en España

El sistema urbano español tiene una estructura claramente jerarquizada, en la que Madrid y Barcelona son sus núcleos rectores. Se trata de las dos áreas metropolitanas con vocación internacional —continental e incluso intercontinental— que concentran importantes contingentes de población —más de cuatro millones de habitantes cada una—, así como una notable actividad económica, social, cultural, deportiva....
La historia urbana
Los núcleos urbanos españoles tienen mayoritariamente un origen prerromano, bien como ciudades indígenas o como colonias griegas y fenicias. La romanización realiza una aportación fundamental mediante la creación de nuevos núcleos de población que se caracterizan por tener un plano ortogonal a imagen y semejanza de los campamentos militares.
En el siglo III como consecuencia de las frecuentes invasiones bárbaras empiezan a amurallarse los núcleos urbanos…La Edad Media es uno de los períodos clave para entender el urbanismo español, sobre todo a raíz del año 711 cuando se produce la invasión musulmana. La ciudad islámica aporta toda una serie de elementos completamente nuevos, como es el alcázar o alcazaba —el castillo— que otorga protección para el núcleo de viviendas, mientras que el recinto amurallado pasa a denominarse medina. Los sectores que quedan fuera de la medina pasan a denominarse arrabales.
El plano islámico se caracteriza fundamentalmente por su irregularidad, por la presencia de calles sinuosas, estrechas y sin salida. Las plazas son escasas, porque esta ciudad está caracterizada por la vida privada, desarrollada en cada casa según rezan los propios versículos del Corán. Por esa razón las calles también están reducidas a su mínima expresión.

A partir de los siglos XI a XIII, con la Reconquista surgen nuevos núcleos de población y, sobre todo, nuevas tipologías, unas unidas a las grandes rutas de las peregrinaciones. Se trata de planos alargados, cuyo eje articulador es la propia vía de comunicación. Por otra parte, surgen los planos de planta ortogonal, caracterizados por la regularidad de sus trazados —siguen el esquema romano—, como ocurre en Castelló y San Sebastián. La aportación de este urbanismo es la plaza, que en estas ciudades se convierte en un elemento organizador básico de la vida urbana, como había ocurrido en el Imperio Romano con el foro.

En el período comprendido entre el Renacimiento y el siglo XVIII las ciudades no experimentan cambios radicales. Con la llegada de la monarquía absoluta se empieza a prescindir de muchas murallas, por lo que se inicia un proceso expansivo de las zonas habitadas. La proliferación de conventos es una de las notas destacadas en estos siglos, que culminan en el reinado de Carlos III, quizá el primer urbanista, ya que fue el responsable directo del diseño del Paseo del Prado, el promotor de la construcción de edificios institucionales y de la monumentalización de los principales accesos a Madrid, como la célebre Puerta de Alcalá.
La Ilustración también nos ha legado importantes aportaciones urbanísticas, como la fundación de poblaciones como La Carolina (Jaén), El Ferrol o Sant Carles de la Ràpita, todas ellas bajo los esquemas racionalistas y regulares propugnados en la época.
En el siglo XIX, se producen importantes cambios derivados de la Revolución Industrial. Se derriban las murallas que todavía muchas ciudades mantenían. El fenómeno derivado de este proceso es la creación de las denominadas rondas, grandes avenidas que servirán en adelante como nexo de unión o línea de separación entre la ciudad vieja y las nuevas áreas edificadas.  Otro hecho fundamental será la desamortización que provocará la disolución de numerosos conventos que desde época barroca se habían instalado intramuros en las ciudades españolas. Por otra parte, la creación administrativa de las provincias desde 1833 va a otorgar a más de cincuenta núcleos una función preponderante como capitales provinciales.
La fisionomía de las ciudades experimenta hacia finales del siglo nuevos cambios como consecuencia de la generalización del transporte público, el ómnibus surge en la primera mitad de la centuria, mientras que en 1871 entra en funcionamiento el tranvía de mulas, que va siendo sustituido desde 1896 por el tranvía eléctrico. Las dotaciones urbanas también son mejoradas progresivamente: se introduce el pavimento de adoquín en las calzadas, los mercados empiezan a ser dotados de cubierta y surgen los primeros sistemas de alumbrado público de las calles mediante gas
Los centros históricos se erigen en receptores de la actividad económica y burocrática de las ciudades, función que comparten con la puramente residencial. Para ello se asiste a la realización de auténticas reformas urbanas: como en Madrid con la Puerta del Sol (1856-1862)o  en Zaragoza con la calle Alfonso I (1865-1879).
Para dar cabida a las nuevas clases burguesas surgidas en la época surgen los denominados ensanches: se trata de auténticos barrios en los que el planeamiento establece planos en damero —una herencia clásica— para ordenar perfectamente las manzanas de edificios —grandes bloques más o menos cuadrados con las esquinas en chaflán— y facilitar la movilidad. Las dotaciones surgen de forma paralela —saneamiento, arbolado lineal en las aceras, alumbrado público…— y suelen completarse en los patios de cada bloque con pequeñas zonas verdes, como ocurre en la Plaza Real de Barcelona, donde se aplicaron los esquemas de Ildelfonso Cerdá. Las teorías de este arquitecto catalán fueron exportadas a la práctica totalidad de ciudades españolas importantes, que conservan dichos ensanches siguiendo más o menos fielmente sus preceptos: Barcelona, Madrid, León, Alcoi, Pamplona, Valencia…

En el primer tercio del siglo XX las reformas urbanas continúan siendo relevantes para adecuar las ciudades a las necesidades de la población. Se pretende conseguir una mejora higiénica, aumentar la movilidad, articular el viario histórico con el ensanche y, en general, lograr una dinamización inmobiliaria para continuar creando viviendas. A este tipo de premisas obedecen la creación de la Gran Vía madrileña o la Via Laietana barcelonesa.
La generalización del tranvía, por otra parte, incrementa el valor central de los ensanches y la incorporación al tejido urbano el extrarradio, poniendo orden a la espontaneidad de su crecimiento. Surgen las ciudades jardín como es el caso de Zaragoza.
Durante los primeros años de gobierno del general Franco se ponen en marcha grandes obras públicas, como la mejora de los accesos a las principales ciudades y de sus ejes directores. La segregación social, de todas formas, es una de las facetas negativas de la época.
Desde el punto de vista puramente constructivo cabe destacar la creación de barriadas, una serie de construcción masiva emprendida por el Estado. Se trata de bloques generados en serie y que reciben apelativos ciertamente significativos como cuartel, bloque, poblado, grupo o polígono.
Desde 1957, con la promulgación de la Ley del Suelo y la creación del Ministerio de Vivienda, se da pie a la construcción en altura mediante las torres, un elemento básico en el urbanismo del siglo XX que a España llega con notorio retraso en comparación con la tendencia observada en Europa varias décadas antes.
En los años sesenta y ochenta del siglo XX se produce una auténtica explosión urbana coincidiendo con una coyuntura socioeconómica favorable. La renta per cápita se incrementa y la población accede a la propiedad de la vivienda.
Las ciudades baten sus registros demográficos debido a las elevadas tasas de natalidad de sus habitantes y, como complemento, como consecuencia del flujo inmigratorio procedente de diversos puntos de la propia nación.
Esta situación crea auténticos problemas de crecimiento a las ciudades, que requieren nuevo suelo urbanizable para generar más vivienda, nuevas dotaciones e incluso para trasladar sus industrias. Los primeros Planes Generales de Ordenación Urbana (PGOU) surgen precisamente desde 1956 con la finalidad de conquistar grandes superficies para urbanizar, así como para ordenar la movilidad mediante la creación de vías rápidas para garantizar la viabilidad de los flujos de personas y mercancías.
El aumento del suelo urbano provoca el inicio de la periferización de las ciudades, que extienden la urbanización sobre terrenos antiguamente dedicados a la agricultura.
En la actualidad, la ciudad española se caracteriza por los siguientes rasgos:
  • culto hacia el consumo, que deriva en su caso extremo en la instalación de grandes superficies comerciales;
  • terciarización un tanto abusiva;
  • se introduce el urbanismo de la imagen, con inversiones multimillonarias: museo Guggenheim, Ciudad de las Artes y las Ciencias; Expo de Zaragoza
  • la propia realidad autonómica española genera o refuerza la función administrativa de algunas ciudades, las capitales autonómicas;
  • los centros históricos tienden a ser recuperados y peatonalizados;
  • se crean nuevos polígonos residenciales en la periferia, mejor dotados, en los que predomina un tejido habitacional de baja densidad (adosados, villas, etc.);
  • surgen por doquier los espacios verdes de borde urbano;
  • en la periferia se concentran y asocian diversos usos, en ocasiones totalmente dispares: oficinas, hipermercados, parques científicos, ciudades deportivas, urbanizaciones residenciales…
  • en definitiva, la industria urbana tiende a desaparecer, por lo que la ciudad adquiere primacía como concentración residencial y terciaria, como un binomio residencial-terciario. 
Pero todo esto ha traído

lunes, 14 de marzo de 2011

La Población

población españa 2009

Población2010

Aragón2010

Evolución de la Población Española en el siglo XX y XXI 
En el siglo XX se ha pasado de una sociedad agrorrural a un modelo urbano-indutrial propio de los países más avanzados del continente europeo. Se ha pasado de una sociedad rural, con una modesta densidad de población, un fuerte porcentaje de jóvenes y un débil crecimiento demográfico (altas tasas de mortalidad y natalidad), a una sociedad urbana y terciarizada, con fuertes aglomeraciones de población (aumentan las desigualdades territoriales) y un crecimiento débil o incluso negativo que viene dado por bajas tasas de natalidad y mortalidad.
La transición demográfica, en cualquier caso, tiene un tardío inicio en España debido a la tormentosa historia social, política y administrativa del siglo XIX. De hecho, antes de 1900 el único núcleo industrial propiamente dicho en el país es Barcelona, que se convierte literalmente en la fábrica de España y durante esos años los entierros seguían siendo superiores a los bautizos. En la España de finales del siglo XIX, en definitiva, la esperanza de vida apenas alcanzaba los 35 años (1880-1890), mientras que las principales magnitudes demográficas indicaban el importante crecimiento demográfico que se estaba produciendo (TN del 36 por mil y TM del 30 por mil) , aunque la emigración exterior (sobre todo a Ultramar) provocaba que el crecimiento real únicamente fuera del 0'4%.
Con la llegada del siglo XX se experimenta un mayor incremento demográfico como consecuencia del descenso de la mortalidad, debido a la mejora de las condiciones sanitarias. La presión de la población registra cotas superiores en las áreas centro y sur, donde el crecimiento natural es superior al 1%. En las tres primeras décadas (1900-1930) España aumenta en seis millones de habitantes su población, un 27%. La Guerra Civil romperá esta positiva tendencia trsyendo tres consecuencias básicas desde el punto de vista demográfico:
- reducción acusada de la natalidad, es decir, se produce una auténtica desnatalidad (niños-as que dejan de nacer y que, probablemente, en condiciones normales hubieran sido engendrados). Dicha pérdida se ha cifrado en 350.000 nacimientos frustrados;
- una paralela reducción de la fecundidad;
- por último, el lógico incremento de la mortalidad.
La etapa de postguerra fue, a todos los niveles, una de las más duras en la historia de España. La vida se rerruralizó, se vivieron diez años de racionamiento económico y se cerraron las fronteras (autarquía).  La natalidad, de todas formas, se incrementó.
En los años sesenta del siglo XX —aproximadamente entre 1960 y 1975— se inicia el período del denominado desarrollismo español con un crecimiento de las ciudades sin precedentes, así como un éxodo rural. En definitiva, las provincias que ganan población lo hacen sumando dos millones de habitantes, mientras que las emisoras de habitantes pierden 2`7 millones. Este desajuste se explica por la permanencia de las migraciones externas, en concreto hacia países europeos que demandaban mucha mano de obra: en el período 1961-1970 salen de España 100.000 emigrantes anuales, mientras que en 1964 se registra la cifra récord con 200.000 salidas. Los destinos mayoritarios eran Alemania, Gran Bretaña y Francia, sin olvidar Bélgica, Suiza o los Países Bajos.
En los años setenta se experimenta en España el Baby-Boom, como resultado de una nupcialidad alta y precoz que, a su vez, deriva en una alta natalidad. Las curvas de TM y TN se encuentran entonces distantes, se producen unos 700.000 nacimientos anuales y el índice sintético de fecundidad muestra sus mayores registros: tres hijos/mujer en 1970, dos hijos/mujer en 1980 y apenas un hijo por mujer en el año 2000.
En los años ochenta, sin embargo, se asiste a la etapa final de la transición demográfica española. El crecimiento de la población sufre una brusca interrupción, aunque la tendencia apunta hacia un envejecimiento sostenido, tanto por el recorte de la natalidad como por la mayor esperanza de vida de la población.
En los años noventa, España se equipara a la realidad europea en el aspecto demográfico. La esperanza de vida femenina se eleva hasta los ochenta años, mientras que el índice sintético de fecundidad es menor a los dos hijos/mujer. Empieza a cambiarse el modelo de migración, con una llegada importante de inmigrantes extranjeros, que primero proceden de países vecinos, pero que posteriormente llegarán desde lugares ciertamente distantes.
Así pues, la población española creció en el siglo XX el 112% , pero se registra un imparable descenso de la tasa de natalidad en España, que ha pasado del 17,78% a principios de siglo al 4,66% en el período 1995-2000. Entre 1955 y 1965 se registró el mayor aumento de la emigración española al extranjero, con un total de 964.916 emigrantes y la población extranjera residente en España pasó de representar en 1900 el 0,3% de la población total al 8,46% en 2005
PIRÁMIDE INVERTIDA
La evolución de la población española a lo largo del siglo XX estuvo afectada fundamentalmente por dos circunstancias: por los efectos derivados de la Guerra Civil, tanto por el menor número de nacimientos como por los fallecimientos causados por la guerra y el posterior éxodo al extranjero, y por la drástica caída de la mortalidad en España a partir del período 1975-1980. Así, en el quinquenio 1975-1980 se registraron 3.192.918 nacimientos, una cifra que se redujo hasta 1.848.433 en el período 1995–2000.
El problema demográfico español se sitúa fundamentalmente en la estructura por edades de la población española, ya que se ha invertido su pirámide de tal forma que el porcentaje de población menor de 16 años, que en 1900 representaba el 36,3% de los residentes, fue disminuyendo progresivamente hasta reducirse al 27,4% en 1980 y, de manera más drástica, al 15,6% en el año 2000.
Por el contrario, la población mayor de 65 años, que representaba al comienzo del siglo XX el 5,2%, se situó en el 9,7% en 1970 y en un espectacular 17% en el año 2000.
Respecto al proceso en el descenso de la natalidad en España, se puede afirmar que ha sido imparable a lo largo del siglo XX, pasando del 17,78% en el quinquenio 1900-1905, al 10,99 en 1935-1940, al 8,94 en 1975-1980 y descender al 4,66% en el período 1995-2000.
LAS MIGRACIONES EXTERIORES
Las salidas de los españoles al extranjero se realizaron durante tres periodos durante el siglo XX: en primer lugar la emigración fundamentalmente a América ocurrida hasta la 1ª Guerra Mundial (1914-918), posteriormente la salida por motivos de exilio motivado por la Guerra Civil (1936-939) y por último el gran éxodo hacia Europa de los años 50 y 60. Es de reseñar también el regreso de los inmigrantes en la última década del siglo.

Julio Alcaide
    La emigración neta de españoles entre 1935-1940, al final de la Guerra Civil, fue de 101.872 personas (142.089 varones emigraron en ese período y se produjo un retorno a España de 40.226 mujeres).
Entre 1955 y 1965 se registró el mayor aumento de la emigración española al extranjero, con un total de 964.916 emigrantes (cifra equivalente al 79,4% del total computado entre 1950 y 1980, los años de mayor emigración en la historia de España).
Por otra parte, la inmigración extranjera comienza a aumentar en España a partir de 1980, se acelera en la década de 1985-1995 y alcanza cifras muy elevadas entre 1995 y 2000, cuando se incorporan a la población española 972.151 inmigrantes netos. Las distintas entradas de inmigrantes elevan a 1,5 millones la cifra de extranjeros residentes en España en el año 2000. Esta cifra se convirtió cinco años después, en 2005, en 3,7 millones de inmigrantes (el 8,46% de la población).

LA MIGRACIÓN INTERIOR
Julio Alcaide
 El estudio refleja también exhaustivamente el resultado de las migraciones interiores durante todo el siglo XX y provincia a provincia.
La evolución de los datos de migración interior es muy ilustrativa cuando se estudia por provincias y comunidades autónomas, y anticipa lo que se produce en el inicio del siglo XXI. Los resultados, que demuestran el trascendental fenómeno de una auténtica repoblación de España basada en la inmigración extranjera, se pueden analizar en el apéndice incluido en la obra para el período 2000-2005.
EL PARO DURANTE EL SIGLO XX
Se pueden obtener conclusiones importantes con el estudio de la evolución del paro, siendo especialmente relevante el efecto de la crisis económica subsiguiente al crack de 1929 y la posterior depresión que llevó a la situación de 700.000 parados sin subsidio. 
Igualmente, se puede ver la evolución del paro al final del siglo XX, con el incremento incesante del mismo desde la crisis económica mundial de 1974 y la corrección iniciada al final del siglo (hasta situarse en 2007 en una tasa de desempleo del 8%).
LOS CAMBIOS EN LA DENSIDAD DE POBLACIÓN
En estos cambios tienen un enorme efecto de las migraciones internas y externas y la inclinación de los habitantes a poblar la cuenca mediterránea, los dos archipiélagos y las grandes ciudades, en detrimento de las regiones interiores y rurales, que llegaron a registrar menor población en 2004 que en 1900.
Este fenómeno de convergencia hacia las regiones más desarrolladas es un arma de doble filo, que se pone de manifiesto cuando se estudian datos económicos como el ahorro familiar, más extendido en las poblaciones tradicionalmente agrícolas, lo que hace pensar en una excesiva dependencia de la economía del país en los sectores industrial y de servicios.
Como muestran los datos de la evolución de la población española residente, su crecimiento a lo largo del siglo XX supuso pasar de 18,6 millones de habitantes en 1900 a 40,8 millones de personas censadas en 2000, lo que significó un crecimiento de la población residente en España a lo largo del siglo del 120%, pasando al mismo tiempo de una densidad de 36,7 habitantes por kilómetro cuadrado en 1900 a 80,7 en el año 2000.
La densidad de la población creció fundamentalmente en Madrid (672%) y Canarias (450%), seguidas de Cataluña (257%), País Vasco (253%) e Illes Balears (216%). También alcanzan un crecimiento superior al 100% las Comunidades de Cantabria (193,3%), Valencia (162%), Andalucía (108,5%) y Murcia (101,5%).   



RECUPERACIÓN DE LA POBLACIÓN EN EL SIGLO XXI
En este siglo XXI estamos viendo que se está recuperando la pirámide de edad de la población española, gracias a la incorporación desde finales del siglo anterior de varios millones de personas, la gran mayoría jóvenes en edad de trabajar y de tener hijos; lo que ha supuesto una auténtica revolución social, con inversión de la tendencia negativa del crecimiento vegetativo de la población e incremento de las afiliaciones a la Seguridad Social y con la ocupación de los puestos de trabajo no aceptados por la población autóctona.
Las cifras de extranjeros residentes en el siglo XXI –referidas al 1 de enero de 2005–alcanzan los 3.730.610 residentes extranjeros. La población extranjera residente en España aumentó en cinco años el 303,8%, pasando de representar  el 2,28% en el año 2000 al 8,46% de la población total española en 2005. Sobrepasando en 2010 el 10% de la población residente en España.
Es preocupante, sin embargo, que la población inmigrante elija para su asentamiento las regiones más desarrolladas, contribuyendo a un mayor desequilibrio en la densidad de población.
En términos absolutos, entre los años 2000 y 2005, las provincias que acogieron un mayor número de inmigrantes fueron Madrid (674.047), Barcelona (498.586), Alicante (218.460), Valencia (180.499), Murcia (155.959) y Málaga (119.902).

Las migraciones

LOS MOVIMIENTOS MIGRATORIOS EN ESPAÑA
Introducción
A lo largo de los siglos la Península Ibérica, por su posición a caballo entre dos grandes masas de agua y entre dos continentes, ha sido una tierra de paso y de asentamiento de numerosos pueblos. De la misma forma las condiciones físicas y las estructuras socioeconómicas han provocado que los flujos migratorios se hayan desarrollado de una forma permanente.
Durante la Edad Moderna destacan dos tipos, los que tuvieron lugar hacia América a partir del siglo XVI, y la inmigración interior, desde las regiones del centro de la península hacia las de la periferia. En el primer caso se trató de andaluces, canarios y gallegos principalmente, mientras que en el segundo implicó el desplazamiento de cientos de miles de castellanos y extremeños hacia las regiones costeras. Este movimiento tuvo su apogeo en el siglo XVIII.
En el siglo XIX las emigraciones se dirigieron en hacia el norte de África, en el interior desde las regiones rurales hacia las industriales (Cataluña, País Vasco y Madrid) y sobre todo se incrementó la emigración hacia el continente americano, en especial hacia Argentina) y Cuba.
La emigración hacia América alcanzó su apogeo a principios de este siglo, pero tras la Primera Guerra Mundial, el flujo se redujo debido a la coyuntura económica, que permitió un crecimiento de la mano de obra industrial en España, lo que provocó una reducción  de  la emigración hacia el exterior.
La Guerra Civil y la postguerra redujeron la emigración (excepto la política), pero a partir de los años sesenta la emigración se reactivó como no lo habían hecho nunca a lo largo de la Historia.
La nueva coyuntura económica favoreció la movilidad de las personas que buscaban mejorar su situación laboral y de esa forma se inició un doble movimiento migratorio desde las zonas rurales (el denominado “éxodo rural”) más atrasadas del sur y del centro peninsular, hacia las zonas urbanas más industrializadas, calculando  que unos cuatro millones de personas abandonaron sus hogares. La emigración exterior hacia Europa se estima en cerca de dos millones el número de personas que entre 1959 y 1973 abandonaron España para buscar trabajo en los países de la Europa Occidental más industrializados, que buscaban mano de obra barata para su industria en los países del Mediterráneo. Alemania, Francia, Suiza, Bélgica e Inglaterra fueron los destinos de ese gran flujo emigratorio que contribuyó con su esfuerzo a la reconstrucción de muchas zonas europeas que estaban recuperándose de los efectos de la Segunda Guerra Mundial. Su aportación en divisas fue fundamental para la recuperación de la economía española de las décadas de los años sesenta y setenta.


Esta situación cambió a partir de los años 80, el desempleo aumentó, la producción se redujo y la industria europea dejó de necesitar más mano de obra, por lo que  muchos de aquellos emigrantes tuvieron que volver a España, lo que produjo un incremento del desempleo.
Desde mediados de la década de los años noventa se inicia también un nuevo proceso que hasta ese momento apenas si había tenido precedentes en la Historia de las migraciones en nuestro país. Por primera vez en muchos siglos, España se ha convertido en receptora de inmigrantes.
El motivo de este hecho hay que buscarlo en la elevación del nivel de vida que se produce en España durante las últimas décadas, sobre todo tras la entrada en la Unión
Europea en 1986. El crecimiento económico y la recuperación de determinados sectores de actividad, ha favorecido un proceso de llegada de inmigrantes que buscan en nuestro país unas condiciones de vida mucho más favorables que las que encuentran en sus países de origen.
Se calcula que desde mediados de la década de los años noventa hasta hoy día, cerca de cinco millones de personas han llegado a España utilizando todos los medios posibles para entrar, en la mayor parte de los casos de forma ilegal, en nuestro país.
Estos inmigrantes proceden básicamente de tres zonas del mundo. En primer lugar del norte de África, bien sean de los países del Magreb, intentando la travesía del Estrecho de Gibraltar para llegar a la costa andaluza mediante frágiles pateras, o bien de países del África subsahariana, empleando otro tipo de embarcaciones llamadas cayucos para tratar de llegar con ellas a las islas Canarias.
El segundo lugar de procedencia es el de los países del Este de Europa, en especial de las Repúblicas de la antigua URSS tras su disolución en 1991, o bien de áreas balcánicas, en especial de Rumania, que se ha convertido en uno de los mayores núcleos
de emigración desde su entrada en la Unión Europea en 2007.
El tercer ámbito desde el que España recibe inmigrantes es del continente americano, en especial del sur y del Caribe, destacando particularmente los procedentes de Ecuador.
Estos inmigrantes se ocupan de los trabajos más difíciles y peor pagados, en general los relativos a las labores del campo, la producción industrial o el servicio doméstico en las ciudades. Su situación de ilegalidad los convierte en mano de obra muy barata y dócil por lo general, por lo que su número está aumentado considerablemente para sustituir a los españoles en aquellas tareas más ingratas o de menor remuneración económica.